viernes, noviembre 18, 2005

Los caballos negros son

Huye, luna, luna, luna
que ya siento sus caballos

Compadre quiero cambiar
mi caballo por su casa

Uno de los libros emblemáticos de Federico García Lorca es, sin duda, El romancero gitano, publicado en 1928 en la editorial de la Revista de Occidente. Demasiada tinta ha corrido alrededor; desde la crítica erudita hasta el juicio estético popular; desde las interpretaciones centradas en “lo gitano” y “el gitano”, hasta las que se basan principalmente en el análisis retórico para hacernos ver cómo la prosopopeya y las metáforas exquisitas predominan en el poemario; desde análisis que catalogan los poemas lorquianos como amanerados, hasta los que no ven más allá de octosílabos asonantes en los versos pares que bien podrían cantarse, pasando a los que ven sólo una historia contada y dejan el lirismo para otra ocasión. Una vez publicado un libro, el autor poco puede hacer —muy a pesar suyo— por influir en el tipo de lectura que “el desocupado lector” hará de su obra. Si García Lorca calificó a su libro de anti-pintoresco, anti-folklórico, anti-flamenco, buena parte de sus lectores lo calificaron de pintoresco, folklórico y flamenco.

Entonces, ¿se puede escribir algo original acerca de El romancero? Si se pretende analizar el papel simbólico de la luna es seguro que alguien ya haya descrito cómo el poeta la duplica en el agua y entonces un niño le ordena a la noche tocar sus platillos; o la vuelve metáfora de pandero o elemento decorativo del paisaje andaluz, para luego vestirla de muerte seductora. ¿Y la mujer en El Romancero? Será monja tejedora o santa histórica y martirizada; motivo para morir o esperanza de refugio ante la muerte; joven perseguida por un viento de estirpe mítica y libidinosa —cual sátiro incorpóreo y por ello más temible—; o la imperfecta casada perfectamente saciada por un gitano consecuente que la daba por mujer sin compromiso; la hermana con sangre de coral tibio o las vírgenes gitanas que lamentan a gritos su muerte, la niña amarga y la madre que habrá de mandar telegramas azules fúnebres si no es que surrealistas.

El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña


Cuándo, quién habrá escrito, descrito la dialéctica entre la crudeza de la muerte en el poemario y el preciosismo del lenguaje que la expresa; quién habrá opinado que no se trata más que de una falla del poeta: tantos horrores, tanta muerte con tanta belleza aparejada. Relación dialéctica la del erotismo que desemboca ora en el amor, ora en el sexo o en la sangre derramada. Dialéctica del gitano y “el otro”; conflicto entre las Leyes gitanas nunca escritas, pero bien respetadas y las del orden establecido que las violenta y hace huir gitanas viejas y arder ciudades de los marginados. Y entre la pasión amorosa y el horror histórico relatados, justo en la mitad del poemario: ángeles; ángeles que son ciudades, ángeles que convocan a la travesura de los niños, ángeles en los edificios de Dios; Miguel y Rafael, casi estatuas, casi piedra y un Gabriel vivo en el mito, en el diálogo con la Anunciación “bien lunada y mal vestida”.

Por los ojos de la monja
galopan dos caballistas

Drama y lirismo confluyen para renovar el romance con la intensidad de las tres almas en pena que reúne el poeta en la baranda verde del Romance sonámbulo. Aunque inasible, presentimos la historia que Lorca reviste de pena negra y la expresa en verde. Verde que contagia al viento, verde que funde a la higuera y a la gitana ausente, verde es el color de los recuerdos que tienen los fantasmas. Y el rojo es el drama, la vida que se escapa.

El insomnio del jinete
Y el insomnio del caballo

¿Y los caballos de Lorca, los que tocan el tambor del llano, los que padecen insomnio o, simplemente están en la montaña como en el mar el barco?, nada, presagios. No hay caballos bellos en el poemario, ni los cien del rey ni aquél del compadre que quisiera cambiar por una casa. Cuando relinchan en el pueblo de los gitanos la gente huye. Llevan su mitad de centauro y “dejan detrás fugaces remolinos de tijeras”. Al final se alejan:

y cuando los cuatro cascos
eran cuatro resonancias
David con unas tijeras
cortó las cuerdas del arpa

Y rota el arpa se acabó la música y el canto, la roja sangre, la verde baranda.
Si al Romancero gitano alguien le atribuye fallas técnicas, qué importa, como los antiguos romanceros medievales, el de Lorca vive su muerte y galopa a caballo, libre entre los lectores. El horror, pienso, jamás lo había visto expresado antes con un decir tan sencillo, entreverado con imágenes provocadas por metáforas sorprendentes. Del horror a la piedad y la ternura, del amor y el erotismo a la pasión y al llano sexo que amortaja. En cuanto a su parte de drama, el romancero lorquiano incluye su catarsis en figuras de caballos.

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lunes, octubre 31, 2005

La figura del artista y las llaves del reino / Sexta y última parte

El artista contemporáneo es ahora un Prometeo que se mueve en un mundo en el que él mismo es todos los dioses, el fuego que debe robar está en su interior y habrá de sustraerlo para compartirlo con el Hombre. El artista también es Orfeo y por medio de su arte habrá de bajar al infierno de su propio subconsciente para rescatar a Eurídice. Como Sísifo, el artista también desciende al infierno y, una vez ahí, subirá y bajará su roca en un ciclo interminable, pero el infierno es interior y la roca es su obra, de algún modo Sísifo logrará evadirse por enésima vez del Tártaro llevando consigo las llaves del reino para compartirlas con sus semejantes, con la Humanidad, antes de repetir el ciclo y bajar con medidos pasos la montaña.

Conclusiones

La época actual está marcada por un olvido de la dimensión mítica de la actividad humana.

El sistema socioeconómico vigente ha puesto a la humanidad en crisis económica, política, religiosa, social.
De acuerdo a lo expuesto por Joseph Campbell el individuo ha perdido el lazo de unión entre el subconsciente y la conciencia. En el subconsciente es donde se alojan los mitos. Nuestro héroe posible es cualquier individuo que acepte el llamado a la acción (acción creativa, proponemos).
En la figura del artista encontramos reunidas las capacidades de responder al llamado y de mantenerse atento al camino. Cuenta, además, con herramientas diferentes a las de cualquier otra persona: el ingenio y la invención, según Cervantes, pero eso es motivo para otro ensayo.
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lunes, octubre 24, 2005

La figura del artista y las llaves del reino / Quinta Parte

El artista es, pues, el individuo que se ha convertido en símbolo de nuestra condición actual, el que nos puede representar y el que quizás encuentre el camino perdido hacia nosotros mismos en un mundo sin dioses o, más bien, en un mundo con millones de dioses en potencia ocultos en sí mismos. Todos somos portadores de las llaves del reino. El verdadero misterio somos nosotros mismos; que los artistas estén un paso adelante en el camino no debe inmovilizarnos; podemos participar con el artista cerrando el ciclo de creación de la obra, convirtiéndonos en lectores activos que indaguen en la “bitácora” de quienes han atendido el llamado de la creación, atestiguar las trazas del descenso al infierno y retorno al mundo de los creadores. Sus obras son los puentes que comunican el subconsciente con la conciencia, aproximaciones a la recuperación de nuestra totalidad perdida en un mundo desvalorizado y fragmentario.
La esencia del hombre es la soledad, somos seres discontinuos en medio de una sociedad a la que poco o nada le importa su destino colectivo, mucho menos el de cada uno de nosotros. El individuo no puede esperar a la colectividad ni cifrar en ella su salvación; todos hemos sido llamados, sólo unos pocos podremos aceptar la invitación al viaje. Los que ya están en camino son los artistas, en ellos, en sus obras, hay que centrar la atención.
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jueves, octubre 20, 2005

La figura del artista y las llaves del reino / Cuarta parte

Nos interesa, pues, el artista que de manera consciente emplea los recursos del mito en su obra. Me dirán que puede haber una persona que no sea artista y que conozca a la perfección las mitologías, un erudito capaz de emprender el viaje mítico. No lo niego, es posible. Sólo digo que el artista cuenta con mejores herramientas para hacerlo: se relaciona con el mundo de una manera más cercana, tiene la sensibilidad, la imaginación y el impulso deicida.
En cierto momento de su vida recibe el llamado de la vocación y lo atiende; emprenderá el recorrido, encontrará un benefactor que le dará las herramientas para vencer a los demonios y poder traspasar el umbral; muerto o vivo, llegará al otro lado donde será iniciado, se fundirá con la madre y se reconciliará con el padre; entonces deberá huir, regresar, atravesar el umbral de vuelta llevando el elixir a sus semejantes, el conocimiento del camino que habrá de compartir con los demás para cerrar el ciclo del héroe.
La vida del artista es así, en conjunto, un ciclo que también se reproduce durante la creación de una obra en particular. Cada cuento, cada novela que escribe es una reiteración del ciclo del héroe. Antes dijimos que la misión del héroe se eleva al segundo grado cuando el artista es un escritor que cuenta la historia de un personaje que, a su vez, es artista. Basta mencionar obras como Doktor Faustus de Thomas Mann; como La muerte de Virgilio de Hermann Broch; como Retrato del artista adolescente y Ulises de James Joyce, y El perseguidor de Julio Cortázar. El artista tiene el valor de enfrentar su soledad, sobreponerse a ella y descender a los orígenes, al fondo mítico de la humanidad, para darles una forma y regresar, transfigurado, en posesión de la obra.
Juan García Ponce ha estudiado más detalladamente la figura del artista en su ensayo El artista como héroe [1]. García Ponce analiza algunas de las obras de Mann, Joyce, Hesse y Broch en las cuales los personajes principales son artistas.
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Notas

[1] Juan García Ponce: “El artista como héroe” en Apariciones: antología de ensayos. Prol. de Daniel Goldin. Fondo de Cultura Económica, México, 1987. pp. 199-219.

miércoles, octubre 19, 2005

La figura del artista y las llaves del reino / Tercera parte

¿Qué es la vocación? Para Octavio Paz intentar definir la vocación es una empresa difícil. En el ensayo titulado El llamado y el aprendizaje[1], Paz menciona dos aspectos que tiene que ver con la vocación: el llamado y el aprendizaje. El llamado es una invitación a hacer, a emular lo que admiramos; el aprendizaje se basa en la imitación. Según Paz el llamado es misterioso, no sabemos porqué o de dónde viene ni quién o qué lo hace. No se necesita talento para sentir el llamado, es deseable, mas no necesario. El resultado de aceptar la vocación dependerá del mayor o menor talento innato que tengamos; también del aprendizaje del oficio. Identificamos en la vocación el motivo mítico del viaje del héroe. Cabe ahora preguntarnos sobre la muy particular vocación de escribir relatos. ¿Por qué el escritor escribe historias?

Mario Vargas Llosa estudió la obra de Gabriel García Márquez en su libro García Márquez: historia de un deicidio[2]. El escritor peruano explica la vocación de escribir como la respuesta de una persona a su inconformidad con la realidad tal y como la conocemos. Escribir, contar historias, sería entonces la forma de enmendarle la plana a un Dios creador, aún más: suplantar a ese dios, matarlo para erigirse, en cada obra, en cada novela o cuento, en un Dios que sabe bien lo que hace y cómo lo hace. Los escritores, dice Vargas Llosa, tienen sus demonios, esto es, acontecimientos cruciales en su vida que provocaron el desacuerdo con el mundo, su rebelión, su disidencia. Entonces, el escritor escribe para conjurar sus demonios internos, por rebeldía, porque los demonios lo han llamado y él debe responder escribiendo. Esa debiera ser la motivación ideal del escritor, no la fama, no el hecho de demostrarle a los demás que tenemos mucha imaginación y que podemos escribir; tales pretensiones son ridículas y sólo traen consigo la decepción y la desdicha. En algunos casos tendrán éxito. No podemos poner en duda la autenticidad de un escritor que se haya propuesto hacer dinero escribiendo best sellers. Mientras su objetivo y sus acciones se mantengan congruentes tal persona merece respeto, aunque no nos gusten sus libros. Quiero decir que lo verdaderamente importante es la autenticidad, el mantenerse sincero consigo mismo; que la obra sea juzgada buena o mala depende de la crítica. El éxito o el fracaso no importan, el escritor debe asumir el único compromiso auténtico que tiene: sus escritos y escribir cada vez mejor. Hasta aquí podemos decir que la historia de una vocación adopta la estructura ancestral del mito. Pero, ¿de qué modo está más capacitado el artista para llevar a cabo la misión del héroe? Precisamente porque realizar una obra es cumplir con los pasos de la aventura mítica: partida, iniciación, regreso. En el caso específico del escritor de cuentos y novelas puede elevarse a un segundo grado la ruta del héroe ya que puede escribir sobre un personaje artista. El artista posee una habilidad para descubrir el trasfondo mítico y, además, para aplicarlo conscientemente a sus obras. Julieta Campos nos da una definición de artista en su libro Función de la novela:

"El artista es alguien que desarrolla mucho más que sus semejantes la capacidad de atención, de apertura hacia el mundo. Es un ser, digamos, más despierto que otros, que vive constantemente en tensión, como si fuera un pecado contra el espíritu bajar la guardia, disminuir la receptividad, no saber que todo lo que ocurre y lo que existe es susceptible de convertirse algún día, en otra parte (el libro, el cuadro) en algo que hubiera podido o podría ocurrir o existir, de modo que sólo entonces, fuera del contexto real e inserto en otro contexto artificialmente creado, llegará a ser completamente" [3].
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Notas:

[1] Octavio Paz: "El llamado y el aprendizaje", en revista Letras Libres, México, Año I, número 4, abril de 1999. pp. 10-14.
[2] Mario Vargas Llosa: García Márquez: historia de un deicidio. Monte Ávila Editores, Barcelona-Caracas, 1971.
[3] Julieta Campos: Función de la novela. Ed. Joaquín Mortiz, México, 1973. pp. 10-11.

martes, octubre 18, 2005

La figura del artista y las llaves del reino / Segunda parte

Con las palabras anteriores termina El héroe de las mil caras, quise citarlas porque a partir de ahí pretendo explorar la hipótesis de que hay un individuo entre nosotros que está más capacitado que el resto para desempeñar el papel del héroe y, por lo tanto, podrá continuar la empresa mítica de reconciliación con el universo: me refiero a la figura del artista.

Una pregunta que deberíamos hacernos cada vez que estamos a punto de comenzar cualquier actividad es ¿por qué lo voy a hacer?, ¿quiero hacerlo?, ¿para qué? Pensemos en una actividad familiar. Voy a llevar a mi hija y a mi esposa a pasear porque quiero convivir con ellas y darle oportunidad a mi hija de que se relacione con el mundo, que tenga experiencias; porque los tres nos sentiremos bien y habremos logrado fortalecer el vínculo que nos une. Todos pasaremos un rato agradable y, al final, habremos llenado un poco más nuestras vidas. Eso está muy bien, es un ejemplo concreto de un acto humano y los motivos que lo alimentan. Cuando comenzamos a prepararnos para la vida adulta hay que pensar en lo que vamos a estudiar. ¿Por qué decidimos estudiar Literatura? Posibles respuestas: Porque eso estudió alguien de mi familia; porque no tiene que ver con las matemáticas que odio tanto; porque es la carrera en la que había cupo, etc. Habrá tantas respuestas diferentes como individuos a quienes interroguemos. Me interesa reflexionar alrededor de una sola de las posibles respuestas posibles: estudio Literatura porque me gusta. Bien, pero, ¿por qué me gusta? Ésta segunda pregunta admite también una gran cantidad de respuestas: porque un amigo que está cursando la carrera me platicó; porque quiero ser profesor de Literatura; etc. Me interesa una de las contestaciones, quizás una de las menos frecuentes: quiero estudiar Literatura para ser escritor. Es una respuesta que genera reacciones encontradas por parte de la familia: eso no es una carrera, de qué vas a vivir, nadie solicita escritores (no se diga poetas porque entonces el escándalo se agrava), en fin, es toda una locura. Que el muchacho o muchacha decida continuar depende de qué tanta influencia ejerzan sobre él o ella sus familiares y de la claridad que tenga en su objetivo, esto es, qué tan definida está su vocación. Llegamos a la palabra y pregunta claves: la vocación. Habrá que preguntarnos al respecto...

martes, octubre 11, 2005

La figura del artista y las llaves del reino / Primera de seis partes

Joseph Campbell en el libro El héroe de las mil caras [1] sostiene la tesis de que los mitos se manifiestan en la actividad humana y que no han dejado de hacerlo desde la antigüedad hasta la época actual, que estemos concientes de ello o no es un hecho que marcará las diferentes etapas en la historia espiritual de la humanidad. Campbell emplea los postulados del psicoanálisis, en especial los de Jung, para estudiar las mitologías. Propone la aventura del héroe mítico como una serie de pasos: la partida, la iniciación y el regreso. El héroe parte porque ha sido llamado y la invitación es urgente. Desde luego puede negarse y entonces será obligado a responder. Es una posibilidad en la que no quiero detenerme, doy por hecho que el héroe consiente en dar comienzo a la aventura.
En el último capítulo de su ensayo Joseph Campbell menciona la situación actual del mundo como una época que ha dejado de creer en los mitos:
“el ideal democrático del individuo que se determina a sí mismo, la invención de los artefactos mecánicos y eléctricos, y el desarrollo de los métodos científicos de investigación han transformado la vida humana en tal forma que el universo intemporal de símbolos hace mucho tiempo heredados ha sufrido un colapso” [2].
En la antigüedad, afirma Campbell, el interés y las soluciones estaban en el grupo, en cambio, la época actual se basa en la individualidad. Pero “el individuo no sabe hacia dónde se dirige, tampoco sabe lo que lo empuja” [3]. Esto se debe a que en el individuo se ha perdido la comunicación entre lo subconsciente y lo consciente. Los héroes ya no son como antaño, sin embargo siguen teniendo la misión de encontrar un nuevo canal de comunicación entre las dos mitades del ser humano. El ser humano no debe renunciar a las condiciones materiales de la modernidad, sino orientar sus búsquedas hacia el misterio de sí mismo. “El hombre mismo, es ahora el misterio crucial”[4] y, además, “el hombre es la presencia extraña con quien las fuerzas del egoísmo deben reconciliarse, a través de quien el ego debe crucificarse y resucitar y en cuya imagen ha de reformarse la sociedad”[5].
Concluye Campbell con un llamado: “Y así, cada uno de nosotros comparte la prueba suprema —lleva la cruz del redentor—; no en los brillantes momentos de las grandes victorias de su tribu, sino en los silencios de su desesperación personal.” [6]

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Fin de la primera parte

NOTAS

[1] Joseph Campbell: El héroe de las mil caras (psicoanálisis del mito). F.C.E., México, 2001. La primera edición se publicó en 1949.
[2] Op. cit. p.p. 340 y 341.
[3] Ibid. p. 341.
[4] Ibid. p. 344.
[5] Loc. cit.
[6] Ibid. p. 345.